21 de mayo
No me cerraré la puerta a la mirada.
La interna que recibe colores de luces y sombras del exterior, que anida en el pensar revisando los puertos de la mente.
La que revive.
La que confunde.
La que traza un mapa incompleto de aquello ocurrido y de lo que fuimos testigos integrados en su trama, sin distancia.
Mezclando y haciendo arreglos.
Aunque podamos decir que estuvimos, muchas veces nuestra presencia sólo fue de cuerpo.
La fotografía es un documento fidedigno, pero en ella ponemos lo que no es.
Mezclamos lo que nos contaron, y pensamos haber sido partícipes por el mero hecho de figurar allí.
De mi vida hay muchas fotografías.
Tuve un tío fotógrafo.
De mi más tierna infancia, otras puntuales, que no se deben a él.
En el vientre de mi madre. En sus brazos al mes de nacer, con mi hermano de su mano. Año y medio nos llevamos. Sobre Marquesa, una perra grande y de pelo largo, blanco. Que no sé si la recuerdo por mí o por esa fotografía en la que me tiene montando su lomo con complacencia. Y otra, en Tardienta, en las escaleras de acceso, sujetándome, porque apenas me tenía de pie. Sería este mes, por la fiesta de Sta Quiteria. Solíamos ir con el tren. Papá se quedaba en Huesca. No podía dejar las vacas.
Posteriormente, en el día, condujo su camioneta, una Dkv amarilla, y pasando al coche, cuando lo pudo tener.
Su primer recurso fue una bicicleta. Después una Guzzi, motocicleta.
A mí me ha pasado el tiempo sin conducir. Nunca tuve interés. Aunque la bicicleta fue elemento de mi movilidad en otro tiempo.
A las vacas se les atendía en dos momentos del día.