4 de octubre
Mi calle.
Era un callejón. Hoy es calle.
Iba a parar a un portalón que se mantenía abierto durante el día. De él se accedía a una huerta que tuvimos alquilada con alfalfa.
Muchas personas acortaban atravesando el río.
Decían ir a Huesca.
Vivían al otro lado. Alameda, Mártires, Perpetuo Socorro. En mi juventud tuve amigas de ese barrio.
De un lado a otro de la ciudad fracturada por el río, varios puentes. El principal, el de Ramón y Cajal, carretera Barbastro.
Nací a la orilla de ese río, en clínica u hospital. Provincial, del Sagrado Corazón de Jesús, donde fallecieron mis padres, mamá en un frío febrero y papá en septiembre.
De lo que puedo dar testimonio, mis padres perdieron sus dos primeros hijos, nacidos, que no alcanzaron un año. A mí no me buscaron. Eran tiempos muy duros y reveses. Hay una dicotomía entre pensarme la pequeña en referencia a mi hermano y saberme la cuarta.
Estudiando, supe que en nombre de mi calle hacía referencia a lo que en otro tiempo fuera su papel. Allí se secaban y encurtían pieles.
Nuestra casa tenía un espacio, bajo tejado, al que llamábamos mirador. Seguramente fue destinado, en otro tiempo, a secadero.
Puedo dar fe de que en mi infancia convivimos con un edificio destinado a ese fin. A él llevaban pieles de ganado, vacuno principalmente.
Huesca en esos años se vestía de campos de trigo. Poco a poco su paisaje se fue haciendo más urbano.
Las huertas eran otro de sus paisajes.
Mis padres dedicaron sus esfuerzos a las vacas. Hay fotografías del tiempo en que las llevaban a un abrevadero del exterior de la plaza de toros.
Nací un 6 de julio. Hay una fotografía hecha en agosto. Mi madre tiene a mi hermano cogido de la mano y a mí en su regazo. Delante de la plaza de toros. En la explanada de tierra se instalaban ferias y circos. Viví relaciones de amistad con niñas de familias que participaban en esas atracciones. Tuve la oportunidad de ver desde dentro todo aquello, gracias a ellas.
En esa época de mi vida jugaba en la calle con vecinos y vecinas.
Entre ellos una niña gitana de mí misma edad. Eso me llevó a entrar y salir a su casa.
Mi escolarización empezó en un párvulos de mucha exigencia. Aprendí a leer a los cuatro años. Ese colegio se cerró y nos repartieron. A mí me colocaron en el colegio de Sta. Rosa.
Viví una discriminación de clase que ha marcado mi vida.
Las vecinas, mi primo y mi hermano fueron repartidos por colegios. Eso supuso una fractura con las niñas de mi entorno social. Lo que en apariencia era un estatus me perjudicaba.
Cuando mis vecinas anunciaron que iban a ir al instituto, yo insistí y conseguí ir también.
Pasamos por un curso de preparatoria para poder hacer el ingreso.
Antes, suspendí el examen de ingreso. No estaba preparada.
Hacer ese curso y asistir a clases en una academia de pago me permitió seguir los estudios, que entonces estaban organizados en cuatro años de bachiller elemental y su reválida, y dos años más, de bachiller superior y con la disyuntiva entre letras y ciencias. Mis fortalezas en matemáticas me llevaron a elegir ciencias. Curiosamente no superé su reválida en esa materia. Suerte que el plan de estudios cambió y pude estudiar COU. De allí pasé a la Escuela de Magisterio que pasaba a ser universitaria, dependiendo de la Universidad Central de Zaragoza. Allí en tres años obtuve la diplomatura en Matemáticas y Ciencias, como profesora de EGB.
Era el plan de estudios de 71. En el anterior se pasaba de sexto de bachiller a Magisterio.
En el 76 empezó mi docencia. Con 22 años. En Cataluña. Principalmente en Barcelona.
Primero estuve en Gavá, un trimestre. Cuando hice las oposiciones, y me dieron el primer destino definitivo, un curso en La Llagosta. El resto en distintos colegios públicos en Barcelona.
Antes de las oposiciones estuve en un colegio privado. El primer curso lo cogí en enero. Quinto de EGB. El siguiente, cuarto.
Mi primer destino, tras la oposición, en el barrio de Pueblo Seco. Al pie del funicular. Con la montaña de Montjuic tras nuestros patios.
Allí estuve tres cursos, poniendo en marcha él aula de educación especial, innovación educativa del momento. En Gavá había llevado un grupo de niños y niñas en un centro del ayuntamiento, con dificultades cognitivas.
Por entonces, me orientaba al alumnado con esa diversidad. Me moví de esa intención.
Lo que ha empezado siendo un viaje a mi calle ha virado a otro enfoque. La memoria divaga.
Hoy desperté pensando en ese tiempo de mi infancia. En el bar que regentaba el vecino. El Gato Negro.
La vida en Las Tenerías llena de vivencias y recuerdos.
Del número cinco salí con dieciséis años. Nos mudamos al piso que se vendió tras la muerte de papá, en el número uno, de la que hoy es calle Tenerías, que va recta hasta la calle que circunscribe parte del río.
Allí dónde transcurrió mi infancia y adolescencia hoy hay edificios y un parque.
Mis padres lo disfrutaron en su vejez.